La infanta Cristina está haciendo vigilar a Ainhoa Armentia y a toda su familia

Tensión, desconfianza y movimientos silenciosos marcan el rumbo de una historia que sigue dando que hablar

La infanta Cristina está haciendo vigilar a Ainhoa Armentia y a toda su familia

Al principio fue solo eso: una obsesión. Cristina de Borbón necesitaba saber quién era la mujer que había entrado en la vida de su exmarido. ¿Quién era Ainhoa Armentia? ¿De dónde venía? ¿Qué clase de familia tenía? Para responder esas preguntas, la infanta no dudó en tirar de contactos. Su entorno en la Casa Real le abrió puertas que a otros les estarían cerradas. Quería saber en manos de quién estaban sus hijos… y su todavía marido, con quien mantiene lazos legales y financieros.

Con el paso del tiempo, la curiosidad se transformó en algo más estructurado. Cristina recibe ahora informes periódicos sobre la vida de Ainhoa e Iñaki. Los datos llegan de varias vías: amigos en común, conocidos del entorno real e incluso de sus propios hijos. La información fluye con facilidad cuando se tienen las conexiones adecuadas. Y ella las tiene.

Ainhoa vive con miedo

Desde hace meses, Ainhoa sospecha que algo no va bien. Nota presencias. Coches que se repiten. Miradas que antes no estaban. La tranquilidad se ha esfumado. No lo comenta en voz alta, pero está convencida de que la están vigilando. Y cree saber quién está detrás: la infanta Cristina.

Ainhoa Armentia

No sería un acto de celos. Sería una cuestión de control. La Casa Real no puede permitirse un nuevo escándalo, y menos aún si surge del entorno de alguien que conoce tantos secretos como Iñaki Urdangarin. Ainhoa, aunque involuntaria, representa una amenaza.

Para la pareja, la situación se ha vuelto insostenible. Planean seguir adelante con su relación, incluso con una posible boda en el horizonte. Pero el ambiente se ha enrarecido. Iñaki guarda silencio, se mantiene alejado de los focos, pero no confía. Sabe que los vínculos con la Corona son más peligrosos de lo que parecen.

Mientras tanto, Ainhoa vive atrapada en una rutina de desconfianza y ansiedad. Tiene la sensación constante de ser observada. Y aunque no hay pruebas concretas, todo apunta a un seguimiento discreto, pero firme. Un seguimiento orquestado, según ella, por la propia infanta. No por amor. Por protección. O, quizás, por miedo a lo que pueda llegar a saberse.