Reportaje DB: La larga estirpe del '7' blanco en la historia el R. Madrid
Aprovechando la coyuntura, con Cristiano abrillantando su reciente récord como máximo artillero de la historia Real Madrid, resulta idóneo hacer un repaso sobre el número con más peso en el Club
Ese con el que el astro portugués ha logrado la inmensa mayoría de sus tantos y ese mismo que heredó de otro mito blanco como Raúl. La verdad es que no es el único club del mundo donde un signo numérico a la espalda signifique algo más que una mera identidad dentro del campo. También en Manchester consideran especial el 7 por lo que le dieron al club antiguos portadores del mismo como Cantona, Beckham o el propio Cristiano. Cruzando el charco, Argentina, patria tan lírica para con el fútbol, habla en ocasiones de números y no de posiciones. Ese clásico mediocentro todoterreno, solitario en la medular, que abarca tanto campo en defensa como balones inteligentes dirigen sus botas en ataque, se califica como el 5. Redondo fue el máximo exponente de esa posición antes de llegar y triunfar en Concha Espina. Y con la albiceleste qué decir del 10. Hoy es Messi y antes fue Maradona. La cuestión para la hinchada es que ese número tiene que llevarlo por imperativo incuestionable el jugón de la selección argentina.
Ese chico de Madeira, que se convirtió en CR7 en el teatro de los sueños y que, en el ostracismo del 9 durante un año, tuvo que aguardar a la marcha del por entonces “gran capitán” Raúl para aferrarse a su número fetiche, ha ido poniendo muchos kilos de responsabilidad e historia en un número que ya pesaba toneladas en la casa blanca. Raymond Kopa, mítico delantero galo y uno de los cinco artilleros de aquella delantera madridista de los 50, se sometió al líder de aquel equipo (un tal Alfredo Di Stefano) y vistió el 7 para hacer historia con una de las mejores plantillas de la historia. Tres años en la capital le bastaron para conseguir dos Ligas y tres Champions, además de un Balón de Oro europeo.
Paco Gento disfrutó de la elegancia y finura de Kopa y después vio como un joven gallego usurpaba el 7 para lograr la sexta Champions y orquestar el conocido como Madrid “ye-ye”, allá por los 60. Amancio hasta la 75-76 se hizo dueño y señor del 7. Trece años con el emblemático dorsal tatuado en la espalda, que entre desborde y desborde, se dice pronto. Posteriormente, un malagueño se empeñó en convertirse en ídolo y mito blanco con el 7. Como es sabido por todos y como muestra de la eternidad lograda en la retina de la afición blanca por parte de Juanito, hoy es el día en el que en el minuto 7 de cada encuentro se le recuerda. Salidas de tono como el pisotón a Lotar Matthaüs por su temperamento siempre serán recordadas por el fútbol, pero ese carácter tan fuerte como guerrero ha dejado otras imágenes y anécdotas míticas. La carrera dando saltos para salir del campo tras una de las clásicas remontadas europeas de los 70 o su ya famoso “90 minuti en el Bernabéu son molto longo” son muestras del carácter de un jugador que ha dejado en el ADN madridista su rúbrica.
La suerte que no acompañó en Europa a aquel Madrid del genio de Fuengirola tampoco se alió con el que heredaría su número en la historia blanca. La mejor camada de la cantera blanca dio a los Míchel, Martín Vazquez, Sanchís y Pardeza capitaneados por un rubio menudo con uno de los mejores cambios de ritmo recordados en el fútbol; Emilio Butragueño. El Buitre dio nombre a aquella quinta que se quedó huérfana de un reconocimiento internacional mayor por la falta de la orejona en su palmarés. Aún así, Butragueño firmó goles y, sobre todo, arrancadas dentro del área que tan sólo permitían a los defensas observar desde atrás cómo el 7 blanco de la época marcaba. Jugadas como el gol al Cádiz o esos instantes en los que se paraba frente a su marca, bajaba los brazos y el defensa aguardaba a que arrancase sabiendo que iba a desatarse una tormenta precedida por la calma previa de aquel tranquilo delantero, hicieron histórico a Butragueño en el Bernabéu.
Y de siete a siete apareció en los anales el anteúltimo gran jugador de esta estirpe numérica: Raúl González Blanco. Un desastre en la gestión de Jesús Gil con la cantera rojiblanca dio vida y forma al que hasta hace unos días era el mayor goleador histórico del Real Madrid. Paradójico y, desde luego, nada premonitorio fue su debut en Zaragoza marrando dos clarísimas ocasiones de esas que pocas veces más volvió a perdonar. Aquel crío de 17 años, zurdo, escuálido y de piernas arqueadas, se fue convirtiendo en ídolo de la parroquia madridista con goles y trabajo. Su característico instinto asesino para aparecer en el sitio y en el momento oportuno le dio, además de goles, identidad a uno de los mejores goleadores de la historia. A los números me remito. Los 16 años de Raúl vestido de blanco sirvieron para que la Champions, ese viejo amor del Real Madrid, volviera a acostarse en las vitrinas del Bernabéu después de más de tres décadas.
Hierro, otro histórico blanco, definió a Raúl como “un Ferrari” que les iba a pasar a todos en lo que a registros se refiere. Tenía razón y así ocurrió. Lo que no sabían ni Hierro ni muchos otros era que el que llevaba el 9 en el último año del 7 en Madrid, adelantaría por la derecha a ese Ferrari. Cristiano ya ha firmado como leyenda de un club y de un número histórico, del cual proviene una estirpe que veremos cómo continua. La próxima espalda sobre la que recaiga el 7 blanco cargará con algunos miligramos de tinta y muchas anécdotas, goles y partidos y, sobre todo, con varias toneladas de historia.
Iñigo Esteban, Bilbao