Reportaje DB: La decadencia del Calcio italiano
El fútbol, como la moda, es algo cíclico. Los éxitos y los fracasos, encuadrados en épocas y representados por equipos y jugadores, coronan o hunden a clubes, países y competiciones.
Es ahora el momento en el que la hegemonía del fútbol español es casi incontestable. Los clubes de la Liga llevan años paseándose por Europa enarbolando un estilo con denominación de origen y que tiene en Luis Aragonés y en el Barça de Guardiola a sus precursores. Esa perspectiva del fútbol en la que prevalece el balón acariciando velozmente la hierba en vez de volando de área a área, cual bombardero militar, ha elevado también al combinado nacional a los altares. El Barça de Rijkaard, premonitorio del de Pep, los Madrid de Florentino, el Atlético de la Europa League primero y de Simeone después, el Sevilla dibujado por la imaginación y el ojo de Monchi… Todos ellos, con variables distintas, son la muestra del reinado imperante de nuestra liga en los últimos años.
La Premier, competición “archienemiga” de la nuestra que discute el cartel de mejor torneo doméstico de Europa, no responde con hechos a semejante exigencia. Son varias ya las temporadas en las que no alcanzan el nivel para pelear de igual a igual por la hegemonía continental. Salvando el tapado y defensivo Chelsea del olvidado Di Matteo, que tumbó al Bayern en el propio Allianz, o el último gran Manchester que contaba con Cristiano como líder, año tras año vemos caer de manera ridícula a los conjuntos de las islas.
Alemania con el todopoderoso Bayern, omnipotente en el territorio germano, es el único país que amenaza al balompié nacional, con la ayuda del último gran Borussia Dortmund (tan veloz en el campo como fugaz en el tiempo). La pena es que poderoso caballero es don dinero y Lewandowski y Gotze sucumbieron a los cantos de sirena muniqueses. Desde Francia, el PSG, emergente gran señor del fútbol europeo, oposita cada año con más fuerza y con más petrodólares a convertirse en aspirante al cetro continental pero aún no les quita el sueño a los más fuertes.
Con todo esto, se echa de menos a un país en decadencia. El calcio italiano, eterno hidalgo de Europa, se encuentra sumiso en una profunda depresión. Exceptuando el sorprendente subcampeonato de la Juventus la temporada pasada, el presente del fútbol italiano es preocupante. El Moggi-gate hizo daño tanto a la Juve, que descendió un año a la Serie B, como al resto de “la bota”. Todo el país desde entonces ha sufrido una especie de letargo, en especial los clásicos equipos transalpinos que dominaron Europa antaño.
El Milán (7 Champions), en los últimos tiempos asilo de grandes estrellas (Ronaldinho, Ronaldo, el propio Kaká antes de irse a USA…) y ahora cementerio de mediocridades (Essien, De Jong, Diego López…) es uno de los más afectados. Deambula desde hace años por las medianías de la tabla doméstica y San Siro, adormecido, empieza a perder el estatus de estadio mítico europeo que otras generaciones rossoneras le otorgaron. Hubo una época en la que el Barcelona perdía 4-0 una final de Champions, en la que el Real Madrid salía del feudo italiano humillado por la pizarra de Sacchi y en la que una defensa encabezada por Baresi hacía del fuera de juego una técnica elevada a categoría artística. Hubo una época en la que tres holandeses (Van Basten, Gullit y Rijkaard) regentaron Europa en nombre de Italia y del conjunto lombardo. Hubo una época en la que los Crespo, Nesta, Maldini y Kaká se vengaron de la final de Estambul frente al Liverpool y en la que un ucraniano, Shevchenko, goleaba tanto como para hacerse con un Balón de Oro. Ahora, incluso las perlas autóctonas (léase El Shaarawy), buscan emigrar a un lugar mejor.
El Inter (3 Champions), vecino, compañero de estadio, enemigo íntimo y hermano odiado no aparenta estar mucho mejor. Es este año el que parece que disputarán la Serie A ante una Juventus que no ha comenzado nada bien la liga. El último italiano poseedor de la Champions se derrumbó con la marcha de Mourinho tras el triplete y no ha conseguido levantarse después de cinco oscuras temporadas. Sneijder, Milito, Zanetti y compañía suenan ya a recuerdos de un pasado muy lejano.
Por otra parte, el clavo ardiendo al que se aferra el calcio hoy en día es la Juventus (2 Champions). Sin el relumbrón de los Trezeguet, Nedved, Del Piero y compañía, la Vecchia Signora parece ser el único conjunto italiano que poco a poco sale del bache en el que también se habían hundido los de Turín. La corrupción y el ya citado Moggi-gate desmantelaron la última gran Juve. Sólo el eterno Buffon continúa como estandarte bianconero. Lo que sí ha habido es una remodelación brutal de la plantilla y del juego gracias, en gran medida, a Antonio Conte que devolvió a la Juve a lo más alto de Italia con un fútbol de diamantes para el concepto italiano, y correcto a la vista del público europeo en general. Los Tévez, Pirlo, Pogba, Morata, etcétera han situado a la Juve de nuevo en la pugna continental pero tras la remodelación brutal llevada a cabo este verano está aún carburando a hombros de la joven perla francesa para repetir un curso como el pasado.
La Roma, todavía con el incombustible Totti como único vestigio de la última gran plantilla capitalina, el Nápoles, con acento hispano y ritmo eslovaco (Hamsik es la joya que todavía aguanta en el equipo tras la fuga de Lavezzi y Cavani), y la Fiorentina de este inicio de año sólo alcanzan para pelear por la degradada Serie A. Que mejor conclusión que la situación dramática del histórico Parma para definir de forma algo exagerada el tamaño del abismo en el que se encuentra la cuna del catenaccio. Desaparición institucional, descenso administrativo hasta la quinta división y caída a las profundidades deportivas de un club que un día contó con Buffon, Thuram, Cannavaro o Crespo. Una pena para el fútbol italiano y para el europeo, el cual echa en falta a uno de sus grandes señores. La espera comienza a ser larga.
Iñigo Esteban, Bilbao