Reportaje DB: Futbolistas como orgullo nacional
Gracias a abanderados nacionales de países futbolísticamente menores se puede viajar mentalmente a lugares desconocidos y tener una primera toma de contacto con patrias de menos nombre.
Siempre he sido amante de la geografía. He estado interesado en conocer dónde están los ríos más largos y caudalosos, las cimas mas altas y, sobre todo, he sentido siempre un gran interés por situar países en el mapa y por conocer cada una de las capitales del mundo. La razón la desconozco pero sí he de reconocer que el fútbol ha tenido que ver en este interés, ya que gracias a muchos jugadores he ubicado ciudades y naciones. Incluso he aprendido diversos gentilicios. En cierto modo, considero que gracias a abanderados nacionales de países futbolísticamente menores he podido viajar mentalmente a lugares desconocidos y tener una primera toma de contacto con patrias de menos nombre.
Si hoy Ucrania es un país futbolísticamente reconocible en un mapa es en gran medida por uno de los mejores arietes que ha tenido el balompié en los últimos tiempos. Shevchenko, desde Milán con amor, concretó la ubicación de un territorio que perteneció a Rusia a base de goles. El aterrizaje de Abramovich en Londres le vistió de azul pero su época dorada fue en Italia, donde ganó un Balón de Oro. Aquel rubio y voraz delantero escribió Kiev en el mapa en el Santiago Bernabéu con un partido de Champions en el que conquistó a media Europa y llegó a disputar el Mundial de Alemania 2006 liderando a su selección.
Será algo intrínseco a la capital de la moda, pero es que Shevchenko no fue el único producto de origen semi-desconocido que explotó en Milán. George Weah, liberiano, precedió al ucraniano en la conquista de un Balón de Oro como estrella rossonera de procedencia inhóspita. Aquel potente delantero es todavía el único africano galardonado con la bola dorada. París disfrutó también de un jugador que hoy en día sigue intentando dar nombre a Liberia financiando infraestructuras y costeando gastos de la débil selección nacional.
Todavía mucha gente sigue esperando una irrupción de otro crack africano con aspiraciones para el máximo trofeo individual. Ahora las miradas se dirigen a Costa de Marfil, dónde los Touré, Drogba y compañía siempre han conseguido más atención que logros colectivos (exceptuando la última Copa de África, por lo general, no han cumplido con las expectativas que se tenían puestas en ellos). Precisamente Yaya Touré ha monopolizado el premio a mejor jugador africano durante varios años seguidos. Ahora un gabonés (Aubameyang) le ha destronado y se ha erigido como líder de una, hasta ahora desconocida, selección. Okocha, Kanu y las águilas verdes nigerianas se convirtieron en el tesoro patrio y en la esperanza africana de finales de siglo. Hoy es una de las potencias africanas pero no tiene a aquellas perlas que le situaron en el mapa en la década de los 90. Eto’o (Camerún), Essien y Gyan (Ghana) son otros abanderados de la África negra, a la cual se le sigue esperando en una gran cita internacional. Weah no encuentra sucesor y muchos países ansían un icono al que aferrarse.
Seguro que me dejo muchos jugadores que han iluminado sus países en muchos mapamundis pero el que no podía faltar es Jorge “Mágico” González. El propio Maradona, tan grande como en ocasiones egocéntrico, se rindió a la magia de uno de los mayores activos por talento que ha tenido el fútbol y a la joya por excelencia de El Salvador. Quizás fue su carácter de niño indisciplinado y a la vez entrañable, lo que hizo de su personaje un mito que nos dejó la pena de no haber querido llegar a más. Cádiz le dio cariño y cierta comprensión a cambio de un recuerdo maravilloso y el descubrimiento futbolístico de un país que de su mano llegó a jugar el Mundial de España de 1982.
Volviendo a Europa miramos hacia Escandinavia para observar como un gigante de origen bosnio lleva a Suecia de paseo por Eurocopas y a pelear por entrar en mundiales. Las melenas suecas que deslumbraban y deslumbran por el mundo ya no son sólo rubias y femeninas, ni van ondeando al viento. Ibrahimovic, con su moño y sus rasgos tan poco autóctonos, ha hecho de Suecia un país competitivo también en el fútbol. También en el Viejo Continente la generación de Koller, Smicer, Baros y Poborsky se encargó de darnos una lección de geografía actualizando que Checoslovaquia ya no existía y que los que jugaban de maravilla al fútbol eran de la República Checa, con capital en Praga y con varios quilates de oro en las botas de su líder Pavel Nedved. Por aquel entonces también, Grecia mezcló la mitología con el fútbol conquistando una Eurocopa con 11 obreros de poco nombre que supieron implantar la muralla de Troya en un campo de fútbol y evitaron que entrase ningún caballo de madera.
Dzeko y Pjanic abanderan Bosnia, ese país balcánico devastado por la guerra, y Modric, Rakitic y Mandzukic defienden una elástica mítica que presentaron al mundo los Boban, Suker y compañía. Ese tablero de ajedrez rojo y blanco es desde entonces un rasgo más de la identidad de Croacia, otra partición de la antigua Yugoslavia. Y es que ¿cómo sería la antigua Yugoslavia en el fútbol actual? Interesante ilusión a imaginar.
Iñigo Esteban